Vibra el móvil. ¿Ya leíste mi ensayo?, preguntas. No, me entretuve leyendo a Kozer. Hago café. Un perro ladra. Me gusta ese sonido. Es un sonido hogareño. Pronto estaré de vuelta, me dices. Pronto. Abro un libro con pinturas de Miró. Esos colores básicos, esos dibujos simples. Ni básicos ni simples aunque lo parezcan, pienso mientras el perro vuelve a ladrar. Me pongo a leer tu ensayo. Te digo: Un sistema político diseñado por hombres, por supuesto, una campaña para la liberación de la mujer desde este punto de vista masculino no puede ser otra cosa que estrecha y paternalista. Qué feminista eres, respondes. Acerco la taza de café a mi boca. Lo bebo lentamente, como todas las mañanas. Te escribo: El olor del café es un olor hogareño. Esas cosas simples y básicas. Pronto, respondes, pronto.
Archive for March, 2015
Con una copa de vino en una mano y un libro que ha prometido leer en la otra, él la mira desde el balcón; ella camina a su perro, y hay algo en su manera de moverse, en su desaliño, en el modo en que gira la cabeza para mirarlo a él antes de entrar a su apartamento. Hay algo en ella, se repite él y se da un sorbo de vino. Se acomoda en una silla blanca, estira las piernas y las apoya en una mesita de metal donde planta la copa de vino e intenta leer. Intenta porque su mente ha creado otra historia que insiste en ser leída.
Alguien hablaba de la soledad del oficio de escribir. Yo miraba hacia la piscina donde ella nadaba. Sus brazos son largos, pensé. Puede nadar mejor así. Nadaba como si no la estuvieran mirando, perdida en los movimientos que la conducían hacia su destino, pero cuando llegaba a él, no había júbilo, solo un cambio en la dirección del nado y un regreso al extremo opuesto de la piscina. La estuve observando durante un buen rato hasta que el que hablaba de la soledad de los escritores me preguntó qué yo pensaba del asunto y si tenía algún consejo que darle ya que estaba a punto de dedicarse a la escritura. Nada, le dije. ¿Nada?, preguntó él, medio asombrado. Sí, le respondí. Nada como ella.