El gran Dodó, filosofo de lo ancestral y lo colorido, decía a menudo en sus charlas de domingo en la Casa de los Misterios, que lo persistente persiste y que los domingos por la mañana uno se puede distraer con los asuntos más insignificantes y desviarse, sin apenas notarlo, hacia un camino completamente único e irrepetible (cada camino lo es, pero a Dodó siempre le perdonábamos sus obsesión por lo obvio debido a su condición de filósofo). Esta mañana mientras leía a un poeta local recientemente fallecido, al que nunca le hice caso, pero al que después de su muerte he estado leyendo con auténtico interés porque es mejor de lo que parecía, mi gato empezó a jugar con su pelota de tenis conminándome a que le hiciera caso y jugara con él. Yo lo miré, tomé la cámara y en vez de jugar me puse a fotografiarlo y así estuve horas, perdiendo la noción del tiempo, perdiendo el tiempo y perdiéndome en él, y pensé en el Gran Dodó, en como todo lo persistente persiste y en lo extrañamente milagrosas que pueden ser las mañanas de domingo.
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EL GRAN DODÓ, MI GATO Y LAS MAÑANAS DE DOMINGO
Posted: December 13, 2015 in calistenia, UncategorizedFue necesario fundar ciudades, abrir las tumbas, asesinar todas las sombras maquilladas, incinerar los arlequines, fue necesario fingir un orden y romper los equilibrios, calzar cada puente, levantar murallas de fango y agonía, medir la astucia de la luna, fijar los astros a sus tentáculos, dormitar con la cicuta en la lengua, ser el tiempo sin añoranza del vagabundo, fue necesario partir, irse lejos, irse sin mirar atrás, habitar el bosque cuando es más oscuro porque no hay penumbra mayor que la merecida ni paso más indigente que el que busca el calor de otro cuerpo en la noche fría, fue necesario morir en dos mitades, perpetuarse en la duda como aquel héroe infeliz, danzar hacia el amor con los brazos, con los brazos apenas, estos pobres brazos donde cabes tú ahora, fue necesario.
Repetir el canto, alejarse de los caminos: debajo de un árbol, percibir ciertas geografías. El mapa del tiempo, no un calendario: la infancia de un pez que tuvo un gato blanco que perdió los ojos en su primera batalla contra el mal. Un verso nació de aquella travesía: descubridor que fue descubierto, ungido por las aguas de un río de rocas. Alejarse de sí mismo fue el primer capítulo: hubo una danza en sus manos y la dejó caer y cayó junto a ella y fueron los dos polvo en las ventanas, capa fina apenas perceptible. Repetir el canto en la bruma, repetirlo eternamente, ser fugaz como su armonía. Armar nuevos mapas: ser los ojos del gato de la infancia.