Me cuenta un amigo que una vez se topó con el poeta Samuel Feijóo en una ruidosa calle de la Habana. El poeta parecía agitado, ansioso. Caminaba con las manos cubriéndole los oídos. Mi amigo intentó saludarlo y el poeta siguió de largo no sin antes decirle: “Mucha bulla, mucha bulla.”
Eso mismo creo yo de este mundo. Mucha bulla, mucha bulla.