
AMANECER EN MIAMI (FOTO: ERNESTO G.)
El río de Miami, los puentes levadizos que lo atraviesan, la imponente manera en que el sol irrumpe a través de los rascacielos, los gatos, los miles de gatos, los perros y sus ladridos, el tráfico caótico y violento a todas horas (todos los caminos conducen a un highway paralizado), las grúas, las miles de grúas levantando nuevas dimensiones verticales a lo “Blade Runner”, los selfies en Wynwood, las fotos junto al gallo en la Pequeña Habana, los tristes suburbios donde nos almacenamos en las noches (pienso en “Cocoon”), una ciudad que se extiende desde el mar hasta el pantano, los cruceros cruzadas para el placer, los canales, los miles de canales canalizando las aguas que mantienen a la ciudad en permanente flotación (pienso en “Waterworld”), los homeless abandonando lo único que poseen (su desamparo), las manos de un Dios extraño trastocando las cosas, las cosas y las gentes de una ciudad milagro, maravilla, mutilación.