Franz Kafka ha venido a sentarse en la sala de mi apartamento de la Pequeña Habana y ha pedido una taza de café cubano. Eso es imposible, le digo, es un proceso, una metamorfosis a través de la cual el café cultivado en Colombia llega a transformarse (una palabra que le gusta más a él que esa terrible que escogieron al traducir su Die Vermandlung , así que espero que el gusto lleve al entendimiento) en café cubano. Kafka se lleva las manos a la cabeza y me pide entonces que ponga un disco de Bola de Nieve y sonríe al notar el contraste entre la foto del compositor en la portada del disco y su nombre. De pronto se sienta en una esquina a esperar el café y va despareciendo hasta convertirse en aire. Lo respiro y entonces me siento a escribir este cuento, taza en mano, mientras Bola canta “Chivo que rompe tambó”, y una molécula de oxígeno se transforma en una historia que rueda sin parar desde lo alto de una montaña llamada Kilimanjaro donde antes fue la piel de un leopardo.
0