A unos les da por hablar solo, a este le dió por boxear solo. Estamos sentados afuera de la barbería esperando nuestro turno mientras observamos a un hombre mayor, mulato, medio obeso, boxear contra un enemigo invisible junto a una parada de bus. Era boxeador en Cuba, me dice el hombre sentado a mi lado. Aquí se volvió predicador y llegó a tener su propia iglesia hasta que le dio por la cocaína en los ochenta y lo perdió todo. Estuvo preso un tiempo y ahora duerme en el patio de una iglesia. Lo dejan porque por las mañanas lo primero que hace es barrer y mantiene los alrededores de la iglesia bien limpios, pero cuando termina se pone a caminar por toda la calle ocho a fajarse con contrincantes invisibles y narrar sus propias peleas. Una vez alguien quiso contratarlo como entrenador de boxeo pero rechazó la oferta. Según dicen, le dijo que cada hombre debe aprender a pelear por sí mismo. Es una pena porque el tipo tiene técnica, pero imagínese, también está loco.