Archive for the ‘Crítica literaria’ Category

He comprobado, gracias a mis breves excursiones en el alcohol, que cada bebida produce un efecto distinto. Para la poesía, el vino. Para la narrativa , el whiskey. La cerveza, para hablar mierda, es decir, para el ensayo o la crítica literaria.

10013670_10153969615975430_1722595914_npor Rolando Aniceto

“Es más fácil poner un huevo que escribir”, dijo una vez Elena Poniatowska al referirse al problema del autor ante la página en blanco.

Esa “señora muy fría”, como describió Norman Mailer no a la Poniatowska sino a la cuartilla vacía, puede en un momento resultar intimidante. Este no fue el caso del escritor y filósofo cubanoamericano Maurice Sparks cuando intuyó (fue lo que hizo) su novela más conocida y, para los críticos, la joya de su corona bibliográfica, “Alicia en el País de la Cascarilla”.

La obra de Maurice Sparks -creador de narrativa meridiana: siempre escribe a las doce del día- lleva como marcas de agua ritmo y agudeza. Pero sobre todo concisión. Redactar una crítica de su novela más popular es asistir al apogeo de un autor conciso hasta el extremo; obsesionado, dirían algunos, con reflejar la vacuidad de estos tiempos. La famosa “Era Cascarilla” donde lo que importa es la fama.

En “Alicia…” se nos revela un Sparks en su mejor forma al exhibir el músculo de su narrativa conceptual  minimalista en un alarde catártico de sobriedad. Sucinto donde los haya, Sparks muestra, demuestra, que es un escribidor de raza y un maestro en la economía de palabras. Siete bastan para montar el andamiaje.

Todo comienza (y termina) en el título, el cual nos invita a imaginarnos a una Alicia que es pintada con la riquísima gama de los tonos blancos. La obra, en esencia, es un juego de armas blancas; una in-daga-ción en blanco navajo, en blanco marfil, en floral blanco. En blanco nieve. Y más que nada en blanco cascarilla.

Al empezar a leer el título, Alicia se nos antoja arquetipo, y al terminarlo se nos revela paradigma. Ella es el signo de unos tiempos sin esencia en los que el enunciado vale más que la sustancia. Época de emoticones, abreviaturas y hologramas, en los que el lenguaje se reduce a su mínima expresión, la del simbolismo de la mente en blanco.

Aunque más que nada, Alicia es por antonomasia un país. El intelectual cubano Juan Benemeliz, en su texto cardinal “Un libro contra la Normalización del Silencio”, habla de “esa artificialidad paradójicamente viva que es Cuba”. Según añade, Cuba “no es explicable como nación. Nadie ha logrado definir con certeza a ese país. No sé si existe la nación, ni lo cubano, ni el cubano.”

En otras palabras, en cuanto a la cubanía no hay nada escrito, y eso en ninguna obra se refleja con mayor contundencia que en “Alicia…”.

Si acaso, ese libro nos sugiere el folclor como uno de los rasgos distintivos y factores aglutinantes de la identidad nacional pues desde el título mismo (y eso es todo) se nos revelan las prácticas sincréticas de la protagonista.

La idea engarza perfectamente con la imagen estereotipada que ofrecen los medios de comunicación sobre lo cubano, la cual nutre a la cubanía misma que enriquece, recrea y devuelve  esa imagen maniquea en una constante retroalimentación; en un tit for tat  que nunca permite llegar a saber si los medios audiovisuales copian a la realidad o la realidad copia a los medios audiovisuales.

En eso, precisamente,  radica uno de los mayores aciertos, y acertijos, de la novela de un compendioso Sparks, una de esas piezas colosales como la Biblia o el Quijote que muchos juran haberlas leído pero que pocos en realidad lo han hecho, y del título no han pasado.

No en balde “Alicia…” fue incluida entre las 20 obras monumentales de la Literatura Cubana en el Exilio, junto a la cimera “La Nada Cotidiana”. Poco importa que sea puesta en duda la existencia de esa lista,  o que algunos murmuren que la mayoría de las obras incluidas pertenecen a su propio compilador. Es lo de menos.

Lo verdaderamente importante es lo que la novela cumbre de Sparks ha generado: un movimiento conceptual reduccionista que desmiente al crítico y teórico estadounidense Harold Bloom, para quien “en la literatura contemporánea, ya sea en inglés, en Estados Unidos, en español, catalán, francés, italiano, en las lenguas eslavas” no hay “nada radicalmente nuevo”.

No sólo que el contenido de “Alicia en el País de la Cascarilla” es novedoso y trasciende todos los idiomas sino que, además, ha devenido germen de la llamada “crítica-ficción” (estas líneas son un vivo ejemplo), lo que igualmente desdice a Bloom cuando opina que  “la mayoría de los que se llaman a sí mismos críticos no lo son de ningún modo; se trata de periodistas, o de ideólogos o propagandistas”. No es este el caso.

Cierto es que  la “crítica-ficción” hunde sus raíces en Homero, personaje mitológico cuya existencia histórica (y por lo tanto su ceguera, como la de Bloom) son objeto de análisis pero es innegable que ese tipo de crítica constituye un fenómeno renovador  y vigorizante en la literatura de nuestra época.

Desde estas páginas llamamos a Bloom a debatir encarnizadamente sobre el nuevo género y dar nacimiento a la “crítica-fricción”. Una respuesta suya sería una pulsada de seriedad y de rigor intelectual en nuestros tiempos. Apuesto que, carente de argumentos, no contesta, y sabido es que otorga aquel que calla.

“Malicia”, como aviesamente la llaman sus detractores más acerbos, se nos convierte, por todo lo argumentado,  en “Delicia” al liberarnos de la carga de un mal libro. Alicia, si algo, es inefable.

Aquellos que esgrimen la vacuidad como un lastre de la obra, son aplastados por el propio peso de su argumento: han dado en el blanco (nunca mejor dicho) porque una novela que arranca en Blanco y Trocadero y pretende sugerir más que lo que narra nunca podrá revelarse vacía de contenido. Para estar vacío primero hay que existir, y “Alicia…” no existe como ente concreto sino como fenómeno en gestación perenne que resurge día a día en la imaginación de cada lector.

Costumbrismo del siglo XXI, Alicia se nos presenta como la Cecilia de estos tiempos, y Sparks, como el Cirilo sin plumas de ganso. Alicia es una y todas las heroínas a la vez. Es  Lucía, y su creador, un nuevo Solás. El solaz que nos regala Sparks, quien sin lente cinematográfico (y hasta sin lápiz o computadora ni nada de eso) nos obsequia un contemporáneo, y nada extemporáneo, “Espejo de Paciencia” de los “Tiempos Modernos” que no refleja nada.

Su novela es precisamente esto: la imagen fuera del azogue de la misma manera que el pulso narrativo de un Cabrera Infante -ese otro maestro de las formas- era el genio fuera de la botella. No caben dudas, visto lo anterior,  de que ”Alicia…”  entrará en los manuales escolares cuando en el futuro se estudie la primera mitad del siglo XXI.

Porque, al final, eso es “Alicia en el país de la Cascarilla”. Un libro abierto en tiempo presente, una obra en blanco de actualidad; es la encarnación inexistente de la suprema libertad literaria sin afeites ni manierismos. Es una historia que cada quien escribe a su manera.

Especial/El Nuevo Herald

Algunos escritores conciben sus historias a partir de una imagen. Otros, como Ernesto G, lo hacen a partir de un personaje. O de muchos personajes, como los que aparecen en su libro, Los relatos de Maurice Sparks (Editorial Silueta, 2011), una estupenda colección de cuentos cortos (uno de ellos, El rechazo, es realmente corto, como el de Monterroso, pero sin dinosaurio: “La invité a tomarnos un café. Me dijo que no. Yo sigo soñando”), cuyas tramas (si es que puede llamársele así a sus fugaces instantáneas de cotidianeidad) se desplazan entre la alineación y el absurdo del cada día de nuestras vidas. En sus historias, contadas a veces en un par de páginas, hay más inmediatez que trascendencia y más picardía urbana que conflictos existenciales. Son tan ingeniosas y verdaderas, tan de pop culture, que algunas podrían ser -por la actualidad de sus anécdotas y por sus certeros diálogos- la base argumental de uno de esos modernos cómics con contenido social. Otras, por su originalidad, la premisa de un guión cinematográfico.

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Por Reinaldo García Ramos

Para aludir a aquel antiguo anuncio de la Coca-Cola, confieso que para mí la lectura del libro de cuentos de Ernesto G., Los relatos de Maurice Sparks, ha sido “la pausa que refresca”. Lo he leído con alivio, con un particular regocijo. Sus páginas tienen un sabor muy diferente a lo que habitualmente producen nuestros narradores cubanos del exilio. Desde las primeras páginas, uno capta ese sabor diferente, las burbujas picantes del refresco, la brevedad calculada, que mata la sed pero que aún deja cierto deseo de seguir bebiendo.

PARA LEER LA RESEÑA COMPLETA, VISITE EL BLOG LA OTRA ESQUINA DE LAS PALABRAS DEL POETA JOAQUÍN GÁLVEZ.

Maurice es natural, sin rebuscamientos ni barroquismos expresivos, tampoco es amanerado ni pedante, tiene un equilibro que se balancea entre el macho latino y el poeta escondido, Está el dolor incrustado en mi mano, ese dolor que dejaste ahí aquella tarde en la que empezaste a abandonarme. Pero su característica más relevante es el marcado deseo sexual que lo arrastra a las disímiles aventuras alrededor de los 71 relatos, mayoría de los cuales no sobrepasan la mitad de la página. Esa es otra ganancia de Ernesto, saber manejar la brevedad y convertirla en su aliada con maestría. A medida en que el libro crece notamos un desarrollo narrativo más rico, más descriptivo en ocasiones, muestra que el autor va cogiendo sabor a las laderas de todos los caminos que auguran mejores amaneceres.

Lea la reseña completa en El Exégeta.

por Denis Fortún

Recuerdo una entrevista que me concedió Ernesto G. para Fernandina de Jagua. Le hice varias preguntas, las que me contestó de manera amable, con una buena dosis de franqueza, lo que se agradece. Pero una en especial, supuestamente él no tenía la menor idea de cómo responderme.
¿Quién es Maurice Sparks? -lo interrogué con sobrado sarcasmo, intentando que me regalara una primicia que decidió guardarse para más adelante; fue en un cuestionario que le hiciera Armando de Armas, para Martí Noticias, donde Ernesto finalmente “confesó su mea culpa”.
Y lo simpático, es que Ernesto estaba al tanto de que yo conocía su nueva identidad de cuentero y aún así se atrevió a esquivarme. En fin, tal vez por pudor o por no denunciar a una parte (enorme) de su “yo”, y que aún él consideraba debía mantenerse al amparo de una frágil clandestinidad virtual (porque ya era un secreto a voces para aquel entonces), cínicamente me dijo: No sé. Eso es lo que queremos saber todos, ¿no?
Desde luego, un grupo de amigos contábamos con la certeza de que “El Chispas” (como lo mismo se conoce a Maurice Sparks,) era Ernesto G, y el día que lo supe me sentí entusiasmado de que fuese Ernesto la persona con quien compartía algunas complicidades en relación a sus historias. Y es que existe un hecho curioso, que me llevó a seguir de cerca al nuevo inquilino de la blogo criolla desde un inicio, y confieso que fue una suerte de narcisismo literario. En la época en que aparece Maurice, hubo comentaristas de uno de los “antros virtuales” más visitados de su tiempo, al que le guardo un especial afecto además, quienes en sus obsesionadas fantasías por averiguar la identidad del autor, me adjudicaron a mí la responsabilidad de los primeros relatos estrenados en la trastienda del blog Cuba Inglesa, de Armando Añel. Lo que para nada me molestó, muy al contrario. Y por lo que hoy estoy aquí, lo que agradezco a Ernesto (y a Maurice). Y recuerdo que hasta le hice un post de bienvenida en Fernandina al desconocido narrador el día en que de una vez se entusiasmó a aglutinar sus relatos bajo la égida de un tal Mauricio. Sin embargo, ego a un lado (difícil acto) algo me cautivaba en especial. Reconocía en la prosa del misterioso hacedor de relatos un detalle muy poco común entre nosotros, sin importar “de qué lado estemos en las orillas que nos tocan” (publicando sus primeras viñetas en la franja en que lo hizo, no me cabía dudas de su nacionalidad). Y es que Maurice evitaba el vicioso círculo de lo local, yéndose por derroteros donde prima el sujeto, lo que somos a ojos vistas para el narrador que es. Practicando una mirada incisiva al individuo, y después si corresponde, a al entorno; ubicando al personaje en medio de un contexto abierto, diluido para mejor.
Maurice quiebra, no sé si con absoluta convicción, esos colimadores que lastramos aquellos que escribimos sin dejar de pensar, de sufrir, el suelo que pisamos por primera vez, y lo hace sin renunciar a los temas que más nos golpean como comunidad. Pero, los maneja universalizándolos, en medio de retozos con la narración de los que gusto: brevedad, golpe certero que al decir de Cortazar, se tratan de historias que ganan su pelea por knock-out; ironía, y sobre todo los finales con que cierra (como me gustaría concluir mis cuentos): pura garra que engancha para el próximo.
¿Y Ernesto, mientras tanto…? Esos “pequeños detalles”, contrariamente no me los tropezaba en lo que se presenta como su blog oficial. Y digo esto sin menoscabo a su página. Pero es que sus post, aquí se me antojan con una intención más poética, intimista, como un espacio de gremio y con una referencia más explícita, por así decirlo. La imagen, incluso la palabra, cobran una fuerza diferente en Ernesto‘s Page. Maurice era otra cosa…
Nada, que no hallaba semejanzas, si me refiero a los andares de su alter ego: un fulano dispuesto a atacar, a burlarse, reflexionando y hasta compartiendo sus dolores. Un tipo simple, extrovertido a lo sumo quizás por esa libertad que bordea la desvergüenza que nos brinda el acto de prescindir de nuestro nombre, y que en el caso de Ernesto, Maurice en lo que seduce termina venciéndolo y por extensión nos regala esa autenticidad que se disfruta en sus historias y viñetas. Textos desiguales en cuanto a tesitura (si es que permiten apropiarme del término para ilustrar la intensidad, el estado de ánimo, la coyuntura en que se desenvuelven sus relatos), que fueron creciendo, organizándose luego en diversidad y estética, de considerable valía, que hoy se resumen en un volumen que marca de alguna manera al género de cuentos cortos en la narrativa criolla actual, y no sólo la de el exilio.
Su ficción crecía saludable, con la simpleza como oficio, para liberar su aparente necesidad de contar historias que comenzaron siendo un divertimento. Regalando esa refinada sorna que ya mencioné antes, y que por otra parte no llega a seducirlo al punto de negar su franqueza cuando toca temas peliagudos, dolorosos. Y en reiterados casos, con una fuerte carga erótica; una joda de letras que atrapó a más de un subconsciente calenturiento cuando de mujeres y sexo se trataban sus cuentos-. Igual, si se enfrenta a los cuestionamientos que arrastramos en nuestras existencias, muchos de ellos sin solución inmediata, otros ni siquiera a largo plazo; o en la catarsis misma. De ahí, por esta última herramienta, a lo mejor se debe el empeño de Ernesto porque no se conociese que Maurice comparte su piel; una parte poderosa dentro de su naturaleza que lo invita a la expansión de sus recelos y dudas, en lo que aparenta esconderse.
En fin, reconozco que me honraba el hecho de que algunos despistados me asociaran con “el tipo” (que en sus inicios, también llegué a imaginar se trataba de una mujer por una sensibilidad poco usual), y me fascinaba la idea de descubrir quién era aquél “ente” que bajo un heterónimo un tanto afrancesado creaba estos relatos breves que siempre me parecieron interesantes. Y más tarde, a medida de que Maurice iba encontrando su derrotero, sus formas (más de una sin dudas), para darle un estilo bien peculiar a sus trabajos, terminé considerando el blog de “Los relatos de Maurice Sparks” como un espacio de visita obligada mucho antes de confirmar la identidad del misterioso escritor.
La mutación de la broma se entronizaba poco a poco con un quehacer literario de envergadura, sintiendo que a veces lo hacía de manera intuitiva, y por fin, en un espacio similar (entiéndase el blog de Maurice), en muy corto tiempo éste se deshizo de una buena vez de Ernesto y lanzó sus textos más enjundiosos a la Red. Un esfuerzo que se resumen hoy en el impulso que le da el papel y la tinta impresa. Un cuaderno que, desde luego, hay que leérselo si gustan de disfrutar el acto inigualable de la lectura. Y este empeño que pongo a consideración de ustedes, seguro estoy me lo van a agradecer porque, al decir de José Abreu en la reseña que publicara Joaquín Gálvez en su blog, “todo el libro es un cuerpo que invita a que lo gocen…”

Por Luis de la Paz

Ya en las primeras páginas queda claramente definido quién es Maurice Sparks, un individuo (¿un personaje?) de armas tomar; que es irreverente, directo en su cotidianidad, preciso en el ataque frontal a la hembra, en fin, un tipo centrado, en el que no se ha de encontrar dispersión alguna. Sabe lo que quiere, y cómo lo quiere y por ese sendero marcha con determinación. Con esas premisas el lector penetra en Los relatos de Maurice Sparks (Editorial Silueta, 2011) del escritor Ernesto G.

Éste es el primer libro de G., que ya no sólo escribe historias breves, sino que también simplifica su apellido a un solo carácter. Además, G. crea un personaje con el que es fácil identificarse, hallarlo en nuestro entorno, un tipo de la calle. Ernesto G. fue cincelándolo primero en su blog (algo que ya, al menos en los últimos tiempos y sin salirnos del patio, ha producido algunas libros, entre ellos éste que nos ocupa y Erótica, de Armando Añel, lo que traza, de alguna manera, nuevos posibles rumbos literarios desde la cibernética), luego fuera del foro público, para perfeccionarlo. En la internet Maurice Sparks revelaba sus aventuras y lances, y esas andanzas ahora agrupadas, trascienden el frágil espacio virtual y adquieren la dimensión definitiva de un libro impreso.

Maurice “sirve la hamburguesa en el restaurante de la esquina”, “se da un trago en la mañana cuando todos aún duermen”. Luego el autor se vincula con su personaje: “Salgo a cazar personajes […] Observo a las víctimas cuidadosamente”. En otro relato nos hablan de una singular maga, de una escritora con la que toma un café en una librería, de un individuo sin par: “Carlos lee para encontrar erratas en los libros”, de extrañas características en los colores de los bolígrafos…

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No sólo arte y vida se unen en los relatos de Maurice Sparks, sino también un refinado arte de transformación. Con la misma espada de la mente intelectual, Maurice traspasa el hueso de la inmundicia intelectual. Maurice desbarata la estructura tradicional del pensamiento lógico intelectual. Maurice es un iconoclasta de la literatura actual. Y muchos intelectuales temen a lo que dice Maurice.
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Los cuentos de Maurice, y ese no es mérito de Maurice sino de su progenitor Ernesto, son picardía, audacia y desdén, por qué no, hacia lo precalculado. No son simples, porque no hay simpleza en contar la vida de un hombre, en armar a ese hombre y llenar de matices sus pasos. Pero tampoco son laberintos complicados de desentrañar. Supongo que los hombres lo entenderán y se identificarán con Maurice mejor que las mujeres, por esas diferencias de género que ya sean reales o inventadas casi siempre nos llevan a tomar posiciones distintas. Sin embargo, las mujeres, conocedoras de rejuegos, galantería, seducción y voluntad de acción, traducimos las historias de mil maneras diferentes, en las que al final sí encontramos cierto que “cualquiera es un Maurice” aunque no cualquiera tiene el arte que se requiere para desenmascarar a uno. Ernesto, ese arte es tuyo.

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“Todos, todos los cuentos que forman el libro están perfectamente cincelados. Pero una, claro está, tiene sus favoritos. ‘Las buenas razones’ es el mío desde que lo leí en el blog, por esa nota subliminal que tiene y que se queda dando vueltas en el cerebro. Otro que trata de la relación entre el amor físico y la escritura y también tiene mucho aché es ‘Mensajes.’ Me gusta la filosofía a lo cubano de ‘La caída de la manzana,’ ‘El señor y sus visiones’ y una serie de bolígrafos de colores. Y ‘Ciertas instrucciones necesarias’ ofrece, burla burlando, una visión muy clara del panorama actual. Ah… ¡y no se olviden de leerse los dos ‘Manuales para extraterrestres’!”


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